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Carmen Hernández Peña
Carmen Hernández Peña

LA SIMIENTE EN EL ABISMO

Uno de los siete principios herméticos del tres veces grande Hermes Trimegisto que, según los iniciados, explican todo lo que existe, ha existido y está por existir, dice «todo es arriba como es abajo». Por tal motivo titulo la presentación de la antología El árbol en la cumbre. Nuevos poetas cubanos en la puerta del milenio, de Roberto Manzano como «La simiente en el abismo», porque si no hay simiente y no hay abismo, pues mucho menos «árboles» ni «cumbres».

Según Juan Eduardo Cirlot «El árbol representa en el sentido más amplio, la vida del cosmos, su densidad, crecimiento, proliferación, generación y regeneración». Mientras que la montaña es la idea del ascenso. La cumbre, lo más alto. La cima de la montaña —la cumbre— es no solo el punto más alto sino también el punto donde todo dio comienzo: la raíz. ¿Se dan cuenta? Punto de unión entre el cielo y la tierra. Por tanto, árbol y cumbre en el título de este «abanico» de poetas, como lo llama el autor —y estoy de acuerdo con el término—, vienen a ser lo mismo. Es una tautología que se permite Manzano y que aplaudo, porque reafirma los axiomas del tres veces grande.

No es casual tampoco que el libro esté dividido en cinco partes, que aluden a la idea de la estrella bocarriba, del hombre, otro símbolo de importancia no solo para los herméticos, sino para la aprehensión de este volumen. Estas son «Una melodía semejante a una cuerda rota», «Los sonidos de la noche», «La calle es un misterio», «Ir devorando axones y dendritas» que en el lenguaje coloquial que tanto me gusta usar, viene a significar «Comiéndose el coco», acto al que nos dedicamos todos —poetas y no-poetas—, a ver cómo llegamos a la semana que viene. Y por último, «Imaginar la música el cielo». Esas cinco partes deslindan los temas de la incomunicación. La luz, la sombra. La noche. Todo es arriba…bueno, eso… El ágora. El éxodo. El ghetto. Más bien, a veces, la agorafobia. Qué, quién soy. De dónde vengo y adónde voy. Qué hay más arriba de mí —o debajo— que pueda salvarme. O al menos redimirme.

Voces que han alcanzado trascendencia —no afirmo aún que trascendentes— como Aymara Aymerich, Jamila Medina, Liuvan Herrera, Oscar Cruz, Luis Yussef, Leymen Pérez, Javien Marimón se dan cita con otras voces menos conocidas, que convierten a este volumen en un libro coral, en donde se pierden las individualidades. Por eso afirmo que es apropiado el término de «abanico», que esgrime Manzano, pues ni en el más críptico koan zen, alguien usaría una sola varilla para abanicarse. No queda otra que usar el abanico completo.

Unos cuantos avileños están presentes en el coro: Leidy Vidal, Elías Henoc, Erich Estremera, Chico Pimentel, Leandro Álvarez, Aniek Almaeida, Mildred Ramos, Polina Martínez, Lilian Sariol, Luis Enrique Martínez, Álvaro Martínez, Yanarys Valdivia, Pedro Evelio Linares y Heriberto Machado.

Quizás el autor pensó en el poeta-pastor Miguel Hernández, quien afirma en «Romancillo de mayo»: «Son otras las intenciones/y son otras las palabras/ en la frente y en la lengua/de la juventud temprana», desde una España rota y sin esperanzas, tan rota y desangelada como es el país donde han escrito sus textos los poetas que aquí aparecen.

Al fin, que en las disonancias, en las asonancias, en los silencios, también hay melodía. Aquí está, pues, el coro del abismo y la cumbre; del árbol y la simiente.

Y me gustó un verso de Oscar Cruz para terminar de versear yo, en lo que ya me va pareciendo interminable: «Solo puedo decir aquí nacimos».

El que tenga oídos…

 

Carmen Hernández Peña

Marzo y 2015.

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